sábado, septiembre 29, 2007

Y pensar que hemos evolucionado

Hace poco tiempo un amigo decidió morir, ingirió raticida, los porqués salen sobrando; él fue uno de tantos que a diario pierden la esperanza de vivir. Otros siguen en la lucha, mi amiga está trabajando de prostituta en Europa para poder mandar algo de dinero a sus tres hijos; el padre de los niños los abandonó hace mucho tiempo, el paradero actual del señor es desconocido. Como ella muchos otros siguen dejando el país en busca de un futuro mejor, los migrantes asustan, han pasado a ser ilegales; Manuel Zelaya, presidente de Honduras, hace algunos días, denunció ante la ONU que las fronteras están abiertas para los productos, no para los seres humanos. La persona está devaluada, a un par de kilómetros de la ciudad de Cochabamba visité una familia a la que acababa de morírsele uno de sus bebés por deshidratación. En pleno siglo XXI siguen dándose casos parecidos, cada día me llegan al correo electrónico entre dos y tres presentaciones en power point sobre los desastres mundiales, el hambre de los niños tercermundistas y las víctimas de la violencia. Lo peor de todo es que los más desvalidos son los que más sufren, aun así se intenta defender, como si fuera un derecho, el asesinato de niños que no han llegado a nacer. Un clima violento de inseguridad nos persigue, la familia ya no es un referente para los adolescentes actuales. Los jóvenes ya no quieren casarse, han dejado de soñar en un proyecto de pareja como posibilidad real. Quizá el futuro no deja entrever esperanzas, la guerra sigue trayendo, diariamente, más y más dolor a cientos de familias. Millones de dólares utilizados para asesinar personas, y en el mundo miles mueren de hambre, textualmente, de hambre. ¿Hasta cuándo la pobreza será un mal endémico?, y mientras tanto una escudería de Fórmula 1 paga una multa de cien millones de dólares sin inmutarse. Y pocos son concientes de la muerte de personas por falta de medicinas, Bolivia está considerada como PPME (País Pobre Muy Endeudado). Noto que la cantidad de mendigos aumenta en las calles, y nos quieren vender el cuento de la capitalidad como el verdadero problema del país. A veces conviene cerrar los ojos y taparse los oídos o quedarse cómodos en casa, el sufrimiento no está oculto ni los gritos de dolor son silenciosos. El niño africano con más huesos que piel, la mujer musulmana excluida por el machismo y la religión, el homosexual motivo de burlas y agresiones, la gente con discapacidad que no termina de ser aceptada por la sociedad excluyente, nuestro vecino al que no conocemos y mi hermano a quien no hablo desde hace mucho están sufriendo. La viuda con sus dos únicas monedas, el migrante que se atrevió a soñar en una tierra no prometida, el huérfano abandonado y olvidado, la enferma de sida aislada y sola, el mendigo de los 20 centavos acalla conciencias y la niña que trabaja mientras su infancia se le escapa de las manos son un reclamo vivo. El suicida que perdió la esperanza, la mujer insultada, golpeada y violada, el soldado obligado a matar y también a morir, el drogadicto esclavo de su vicio y el hambriento cansado de comer sobras están gritando de dolor.

Estas personas, sus historias y sus actos no figuran en ningún libro de ficción, tampoco los he inventado; me ha tocado vivir en su tiempo, junto a ellos.