Las personas somos muy complicadas, y a lo largo de nuestras vidas nos vamos complicando aún más. Sólo eso explicaría que nos agraden las cosas que nos agradan. Por ejemplo, las cosquillas nos arrancan sonrisas, más aún si nos las hacen con una pluma regalada por un colibrí en medio de su mejor vuelo; el éxtasis llega cuando son las uñas, delicadamente cuidadas, de una mujer que por la mañana trabaja de repostera, las que nos acarician. Son doblemente significativos, y nos agradan mucho, los cariños recibidos de la mano que exactamente hace un año tomamos por primera vez.
Es muy sencillo y a la vez muy difícil hacer que la gente se sienta bien. A veces basta ver pasar, justo al mediodía, bajo un cielo limpio y un sol radiante, a una muchacha joven con un vestido de flores amarillas, mientras nos pica la oreja izquierda. O cuando, en la calle, en medio de un par de pensamientos que nos han estado rondando la cabeza todo el día, observamos un taxi blanco con la puerta trasera mordiendo la punta del abrigo café de una señora cincuentona que el viento mueve como a una hoja seca. Ni que decir si estamos parados debajo de las ramas de un frondoso árbol esperando a alguien que nos prometió llegar temprano, y de pronto sentimos que unas pocas gotas de lluvia caen pausadamente anunciando una gran tormenta; nosotros seguimos parados, seguimos esperando, y, en medio del diluvio, vemos que se acerca la amiga más bonita que tenemos, toda mojada, con el cabello ondulado y una sonrisa inexplicable.
En una sala de maternidad, una tarde de verano, un bebé que al nacer prematuramente es recibido por los brazos de un médico recién casado, y al lado suyo, una enfermera enamorada platónicamente contempla la escena componen un cuadro muy lindo. Las imágenes repletas de niños son otra fuente de agrado para todos: por la tarde, en un parque relativamente pequeño, todos ellos van vestidos con camisetas de colores, pantalones de mezclilla y zapatos muy pequeños enterrados en la arena, unos están saltando, otros corriendo, algunos caminando de manos y uno, el menor de todos, dormido a la sombra del resbalín.
Pequeños detalles son los que nos hacen agradable la vida. Por la mañana, muy temprano, si recién levantados de la cama encontramos en la mesa del comedor una taza de café caliente con dos cucharillas de azúcar, un par de tostadas untadas con mantequilla y un poco de mermelada de limón el ánimo se nos levanta de inmediato. También nos agrada mucho caminar, sobre todo si es jueves de luna llena, en octubre, y estamos solos en la ciudad. Y si encontramos en la calle un sobre color crema sin ninguna otra seña, y dentro de él una tarjeta con un beso de labios de mujer estampado en rojo encendido podremos sentirnos dichosos.
Éstas son sólo algunas de las cosas que agradan a la gente. La vida esta rebalsando de ellas, las encontramos en cada vuelta de esquina y de memoria. Lo difícil es tener la paciencia para buscarlas y el tiempo para detenerse en contemplación ante ellas. Las cosas que nos agradan están ahí, esperando ser descubiertas, es muy agradable e importante poder hacerlo. Lo esencial es saber que, por encima de todo, lo que más le agrada a la gente, es sentirse querida.
Es muy sencillo y a la vez muy difícil hacer que la gente se sienta bien. A veces basta ver pasar, justo al mediodía, bajo un cielo limpio y un sol radiante, a una muchacha joven con un vestido de flores amarillas, mientras nos pica la oreja izquierda. O cuando, en la calle, en medio de un par de pensamientos que nos han estado rondando la cabeza todo el día, observamos un taxi blanco con la puerta trasera mordiendo la punta del abrigo café de una señora cincuentona que el viento mueve como a una hoja seca. Ni que decir si estamos parados debajo de las ramas de un frondoso árbol esperando a alguien que nos prometió llegar temprano, y de pronto sentimos que unas pocas gotas de lluvia caen pausadamente anunciando una gran tormenta; nosotros seguimos parados, seguimos esperando, y, en medio del diluvio, vemos que se acerca la amiga más bonita que tenemos, toda mojada, con el cabello ondulado y una sonrisa inexplicable.
En una sala de maternidad, una tarde de verano, un bebé que al nacer prematuramente es recibido por los brazos de un médico recién casado, y al lado suyo, una enfermera enamorada platónicamente contempla la escena componen un cuadro muy lindo. Las imágenes repletas de niños son otra fuente de agrado para todos: por la tarde, en un parque relativamente pequeño, todos ellos van vestidos con camisetas de colores, pantalones de mezclilla y zapatos muy pequeños enterrados en la arena, unos están saltando, otros corriendo, algunos caminando de manos y uno, el menor de todos, dormido a la sombra del resbalín.
Pequeños detalles son los que nos hacen agradable la vida. Por la mañana, muy temprano, si recién levantados de la cama encontramos en la mesa del comedor una taza de café caliente con dos cucharillas de azúcar, un par de tostadas untadas con mantequilla y un poco de mermelada de limón el ánimo se nos levanta de inmediato. También nos agrada mucho caminar, sobre todo si es jueves de luna llena, en octubre, y estamos solos en la ciudad. Y si encontramos en la calle un sobre color crema sin ninguna otra seña, y dentro de él una tarjeta con un beso de labios de mujer estampado en rojo encendido podremos sentirnos dichosos.
Éstas son sólo algunas de las cosas que agradan a la gente. La vida esta rebalsando de ellas, las encontramos en cada vuelta de esquina y de memoria. Lo difícil es tener la paciencia para buscarlas y el tiempo para detenerse en contemplación ante ellas. Las cosas que nos agradan están ahí, esperando ser descubiertas, es muy agradable e importante poder hacerlo. Lo esencial es saber que, por encima de todo, lo que más le agrada a la gente, es sentirse querida.
1 comentario:
Con permiso, me llevo tu post, para leerlo más tarde (las obligaciones, me hacen posponer los buenos momentos)
Un abrazo
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