Democracia, y ya son 25 años. Con aciertos y con errores, con festejos y también con lágrimas. Lo importante es que siempre luchando por defender la libertad. Democracia joven, democracia maltratada, democracia querida, los bolivianos la escogimos para vivir. Octubre es el mes del aniversario, el mes de la memoria de hechos y personajes sin los cuales ahora no estaríamos de fiesta. La lista de protagonistas es amplia, encabezada por un pueblo con vocación de libertad, en ella encontramos políticos dignos de ese nombre, verdaderos líderes sindicales, mujeres valientes, jóvenes soñadores y también religiosas y religiosos comprometidos con el pueblo. Entre ellos, un nombre que me es muy querido: Luis Espinal Camps. Jesuita, comunicador, sacerdote, cineasta, profeta, demócrata y mártir. Luis Espinal, hombre de Dios, hombre del pueblo y hombre de altar.
HOMBRE DE DIOS. Luis Espinal lo fue. No por el hecho de ser sacerdote, sino por asumir con seriedad y valentía su compromiso cristiano. Sólo así se comprende que haya llegado al extremo de dar la vida por ese Reino prometido al pueblo, el lugar donde nadie sea explotado para que otros vivan mejor, donde los pobres, los sufridos y los desgraciados son los más importantes. Sólo de Dios pudo sacar la fuerza para luchar contra el antirreino de injusticia, de corrupción, de violencia y de muerte que le tocó enfrentar. Lucho dio su vida por fidelidad al Evangelio, a la Buena Noticia que nos trajo Dios haciéndose uno más entre los hombres. Espinal, con su muerte, devolvió la credibilidad al mensaje de Cristo, a su causa y a su lucha.
HOMBRE DEL PUEBLO. Lucho entregó su vida por el pueblo, su amor era así de grande. Su compromiso de fe se hizo compromiso de justicia porque entendió que no podía existir divorcio entre ambos. Fue asesinado por fidelidad a ese pueblo; por ser la voz de los que no la tenían porque estaban silenciados a punta de fusil y bota militar. Con su muerte, Espinal terminó de ponerse de su parte; le dio esperanzas sobre la cercanía del Reino, sobre la opción divina por ellos. Apasionado por la vida, supo gastarla hasta que los dueños del poder se la quitaron.
HOMBRE DE ALTAR. No basta con tener los pósteres ni el libro de las Oraciones a quemarropa. No basta con ir a la romería, a la misa aniversario ni a los conciertos homenaje. No basta con hacer de su pensamiento un lema repetido de memoria. Su asesinato exige frutos. Exige que asumamos las causas del pueblo que de tan humanas son divinas. Exige que estemos dispuestos a seguir la misma suerte de Jesús, de Espinal y de tantos otros mártires. Que el Lucho subido por muchos a los altares no se quede inmóvil e inofensivo. Que esté ahí para interpelar nuestras vidas, muchas veces estériles y sin compromiso. Que sea un recuerdo de defensa de libertad para los bolivianos y de responsabilidad con la gente para los gobernantes. Que el mensaje de Espinal no pierda la fuerza y la provocación, que no se vuelva discurso oficial, que siga punzando, que siga siendo molesto para los acomodados y alejados del pueblo.
Lucho, sigue gritando para que convirtamos nuestros corazones de piedra. Que tu valentía nos dé el coraje para decir con Pedro Casaldáliga: “Seguiremos cantando la liberación… aunque nos cueste la vida”.
HOMBRE DE DIOS. Luis Espinal lo fue. No por el hecho de ser sacerdote, sino por asumir con seriedad y valentía su compromiso cristiano. Sólo así se comprende que haya llegado al extremo de dar la vida por ese Reino prometido al pueblo, el lugar donde nadie sea explotado para que otros vivan mejor, donde los pobres, los sufridos y los desgraciados son los más importantes. Sólo de Dios pudo sacar la fuerza para luchar contra el antirreino de injusticia, de corrupción, de violencia y de muerte que le tocó enfrentar. Lucho dio su vida por fidelidad al Evangelio, a la Buena Noticia que nos trajo Dios haciéndose uno más entre los hombres. Espinal, con su muerte, devolvió la credibilidad al mensaje de Cristo, a su causa y a su lucha.
HOMBRE DEL PUEBLO. Lucho entregó su vida por el pueblo, su amor era así de grande. Su compromiso de fe se hizo compromiso de justicia porque entendió que no podía existir divorcio entre ambos. Fue asesinado por fidelidad a ese pueblo; por ser la voz de los que no la tenían porque estaban silenciados a punta de fusil y bota militar. Con su muerte, Espinal terminó de ponerse de su parte; le dio esperanzas sobre la cercanía del Reino, sobre la opción divina por ellos. Apasionado por la vida, supo gastarla hasta que los dueños del poder se la quitaron.
HOMBRE DE ALTAR. No basta con tener los pósteres ni el libro de las Oraciones a quemarropa. No basta con ir a la romería, a la misa aniversario ni a los conciertos homenaje. No basta con hacer de su pensamiento un lema repetido de memoria. Su asesinato exige frutos. Exige que asumamos las causas del pueblo que de tan humanas son divinas. Exige que estemos dispuestos a seguir la misma suerte de Jesús, de Espinal y de tantos otros mártires. Que el Lucho subido por muchos a los altares no se quede inmóvil e inofensivo. Que esté ahí para interpelar nuestras vidas, muchas veces estériles y sin compromiso. Que sea un recuerdo de defensa de libertad para los bolivianos y de responsabilidad con la gente para los gobernantes. Que el mensaje de Espinal no pierda la fuerza y la provocación, que no se vuelva discurso oficial, que siga punzando, que siga siendo molesto para los acomodados y alejados del pueblo.
Lucho, sigue gritando para que convirtamos nuestros corazones de piedra. Que tu valentía nos dé el coraje para decir con Pedro Casaldáliga: “Seguiremos cantando la liberación… aunque nos cueste la vida”.
1 comentario:
Me parece interesante aproximarse a estos 25 años de democracia en la historia reciente de Bolivia usando la figura de Luis Espinal.
Pero me surgen dudas y coincidencias respecto a tu posición.
Mis dudas van en sentido de si las ideas políticas de quienes contribuyeron a la recuperación de la democracia sean válidas hoy en día. ¿Sería un gobierno "socialista" como el que ahora está en el poder?
Una duda más, que me permito como jesuita, es respecto a la mitificación de la figura de Luis. Los prototipos de persona son útiles cuando son susceptibles de asumirse críticamente como orientación, no como moldes a los que se tengan que adaptar las personas para ser consideradas buenas.
Mis coincidencias van en el sentido de considerar que la vida de Luis fue coherente con su fe y con el rol que le tocaba en su contexto. Siento por él una sincera admiración.
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