sábado, noviembre 03, 2007

¿Cuán discriminadores somos?


Eduardo S. tiene 17 años. El último regalo que recibió fue su nueva pelota. Spiderman es su personaje favorito. En cuestión de música prefiere las canciones románticas porque sus letras son fáciles de memorizar. Va todos los domingos al zoológico, le encantan los animales. Él es un joven como cualquier otro, sólo que su mente se detuvo a los seis años. Eduardo es una persona con discapacidad.

¿Por qué a nosotros? ¿En qué hemos fallado? ¿Qué vamos a hacer ahora? Son tres de las cientos de preguntas que rondaban día a día la cabeza de sus padres. Es difícil aceptar que a uno le nazca un hijo con algún tipo de problema. Tiene que haber todo un proceso que rompa estructuras, que permita aceptar la discapacidad como algo familiar y querido, la vida cotidiana adquiere nuevas perspectivas, los corazones crecen y la capacidad de amar explota en todas sus dimensiones.

Se obró un milagro gracias a este niño. La familia se convirtió en un hogar capaz de acoger la diferencia, de aceptarla y de amarla. Sus padres viven para él y para ayudar a otras personas que se estén enfrentando a situaciones similares. Eduardo se encuentra estudiando en un instituto para personas con retraso mental. Sabe leer y escribir, conoce la ciudad y puede movilizarse relativamente por ella, le gusta trabajar con madera, cortarla, darle formas, pintarla y poder realizar sus propios juguetes; su cuarto está lleno de patitos tallados pintados de amarillo, un tren con vagones enlazados, maderitas con formas geométricas pintadas de vivos colores para poder construir lo que su imaginación crea, dibujos, muchos dibujos y en la cabecera de su cama la foto de su último cumpleaños.

Dicen que la familia es el reflejo de la sociedad; ojalá fuera así. Lamentablemente la nuestra no está preparada para aceptar y menos para convivir con personas diferentes. Hay una desinformación sobre el manejo de la diferencia que se traduce en discriminación, intolerancia, racismo, xenofobia, etc. Todo aquello que es distinto nos produce miedo y rechazo. Nuestra sociedad está llena de barreras físicas, culturales y mentales que tienen que ser superadas.

Eduardo, a sus 17 años, es una de las más de ochocientas mil personas con discapacidad en el país. El día en que estas personas puedan caminar por las calles y la gente no se dé la vuelta para observarlas, aunque sea disimuladamente; el día que gente como Eduardo pueda ingresar a un colegio cualquiera o a una universidad sin el temor a la burla, al rechazo o a la incomprensión por parte de alumnos y profesores; el día en que ellos puedan acceder a oportunidades reales de trabajo que les permitan autosostenerse de manera independiente; el día en que cuenten con un seguro de salud para acompañar sus procesos; el día en que tengan la oportunidad de poder desarrollar diferentes actividades; que exista una posibilidad de jubilación que reconozca su trabajo y aporte a la comunidad; ese día habremos superado, como país y como sociedad, la barrera que nos separa y nos tapa los oídos para no escuchar el grito de dolor del otro, de aquel ser humano que se encuentra viviendo en situación de injusticia, de sufrimiento y abandono. Cuando seamos capaces de asumir la vida de nuestros semejantes como responsabilidad nuestra seremos auténticos seres humanos.

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