Me gusta viajar, creo que a la mayoría le gusta hacerlo, sobre todo si se trata de un viaje de placer, de esos que sirven para descansar, pasear y recargar el ánimo. Dependiendo de los destinos y las condiciones se puede viajar en avión o en tren, por carretera y hasta en barco, sin olvidar los tradicionales viajes a pie. Para un buen viaje hace falta una buena preparación, esto incluye desde el escoger la maleta según los días que estaremos fuera hasta seleccionar ropa y algunos artículos personales. No se debe olvidar la planificación de la estadía, dónde nos hospedaremos, qué lugares se visitarán, qué recuerdos traeremos para amigos y familiares, etc. En fin, viajar es todo un ritual que nos permite vivir experiencias nuevas y distintas, nos pone en contacto con personas y lugares que enriquecen nuestro espíritu y nuestra percepción sobre la vida.
Pero es otro el tipo de viaje del que queremos ocuparnos ahora. Muchos hombres y mujeres se ven obligados a salir de su tierra para buscar otra con mejores oportunidades, personas que viajan cargadas de esperanzas y miedos dejando atrás su historia, sus familias y sus frustraciones. Estos viajeros han sido llamados “migrantes”, y en algunos países “ilegales”. Quién hubiera pensado que incluso la condición de viajero podía convertirse en delito; a este paso no será raro que, también, en un futuro, el tener hambre y no poder alimentar a una familia o el sueño de una vida mejor adquieran la misma categoría.
Quizás se hace necesario recordar que la condición migrante ha acompañado al hombre desde sus orígenes. Nuestros antepasados africanos, los primeros homínidos de los que tenemos noticias, buscando mejores condiciones de vida, salieron de su territorio y se expandieron por todo el mundo. Las grandes migraciones han sido parte de la historia del hombre; el éxodo de los judíos persiguiendo el sueño de la tierra prometida, aquel lugar donde manaba la leche y la miel, es la mejor metáfora de la condición humana. Siempre hemos estado corriendo detrás de nuestros sueños, sin importar cuán lejos estén.
La búsqueda de mejores condiciones de vida ha sido el elemento más importante para que el hombre se traslade de un territorio a otro. Éste sigue siendo el principal motivo de las actuales migraciones. En algún momento de la historia América fue el lugar que recibió a personas del resto del mundo ofreciéndoles nuevas oportunidades; europeos, asiáticos, incluso africanos se beneficiaron de la posibilidad. En otro momento Estados Unidos se convirtió en otro de los paraísos prometidos, “the american way of life” fue el gran sueño. Ahora la gente prefiere ir a Europa para poder participar de la bonanza que allá se vive.
Viajando, el ser humano siempre estuvo viajando. Aunque parece que muchas veces no queremos reconocer esta condición nuestra y por eso le cerramos la puerta en la cara al que viene necesitado de ayuda, no dejamos que el pobre se alimente con las sobras que dejamos caer de nuestras mesas. Dios quiera que la próxima vez que preparemos maletas no sea para abandonar nuestra tierra buscando trabajo, que el hambre de nuestras familias no sea la motivación, que las puertas que vayamos a tocar no estén cerradas, y peor aún, que no pasemos a ser considerados ilegales.
Pero es otro el tipo de viaje del que queremos ocuparnos ahora. Muchos hombres y mujeres se ven obligados a salir de su tierra para buscar otra con mejores oportunidades, personas que viajan cargadas de esperanzas y miedos dejando atrás su historia, sus familias y sus frustraciones. Estos viajeros han sido llamados “migrantes”, y en algunos países “ilegales”. Quién hubiera pensado que incluso la condición de viajero podía convertirse en delito; a este paso no será raro que, también, en un futuro, el tener hambre y no poder alimentar a una familia o el sueño de una vida mejor adquieran la misma categoría.
Quizás se hace necesario recordar que la condición migrante ha acompañado al hombre desde sus orígenes. Nuestros antepasados africanos, los primeros homínidos de los que tenemos noticias, buscando mejores condiciones de vida, salieron de su territorio y se expandieron por todo el mundo. Las grandes migraciones han sido parte de la historia del hombre; el éxodo de los judíos persiguiendo el sueño de la tierra prometida, aquel lugar donde manaba la leche y la miel, es la mejor metáfora de la condición humana. Siempre hemos estado corriendo detrás de nuestros sueños, sin importar cuán lejos estén.
La búsqueda de mejores condiciones de vida ha sido el elemento más importante para que el hombre se traslade de un territorio a otro. Éste sigue siendo el principal motivo de las actuales migraciones. En algún momento de la historia América fue el lugar que recibió a personas del resto del mundo ofreciéndoles nuevas oportunidades; europeos, asiáticos, incluso africanos se beneficiaron de la posibilidad. En otro momento Estados Unidos se convirtió en otro de los paraísos prometidos, “the american way of life” fue el gran sueño. Ahora la gente prefiere ir a Europa para poder participar de la bonanza que allá se vive.
Viajando, el ser humano siempre estuvo viajando. Aunque parece que muchas veces no queremos reconocer esta condición nuestra y por eso le cerramos la puerta en la cara al que viene necesitado de ayuda, no dejamos que el pobre se alimente con las sobras que dejamos caer de nuestras mesas. Dios quiera que la próxima vez que preparemos maletas no sea para abandonar nuestra tierra buscando trabajo, que el hambre de nuestras familias no sea la motivación, que las puertas que vayamos a tocar no estén cerradas, y peor aún, que no pasemos a ser considerados ilegales.
1 comentario:
En realidad, lo ilegal no es ser inmigrante, sino serlo sin dinero. Es decir, ir a un lugar para obtener más de lo que, se supone, vas a aportar. Las fronteras han servido para marcar los territorios dentro de cuyos límites todo es propiedad —más o menos— de sus habitantes legales . La «ventaja» de las fronteras internacionales es que permite a sus gobernantes dictar leyes que discriminen «oficialmente». Pero no olvidemos que los nacionalismos territoriales dentro de un mismo país también existen y son peligrosos. En España, la población de determinadas comunidades autónomas y sus políticos se quejan de «tener que acoger a personas de otras regiones» perjudicando su nivel de vida y aumentando el precio de la vivienda.
Al final todo se reduce a un simple problema de egoísmo. Lo que tengo no quiero compartirlo, salvo que no afecte en nada a mi renta. Que levante la mano quien estaría dispuesto a reducir su tren de vida para repartir mejor la riqueza en el mundo y, poe ejemplo, acabar con el hambre. ¡Viva la tan cacareada solidaridad!
Saludos.
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