miércoles, marzo 26, 2008

Pinocho, el muñeco mentiroso


Érase una vez, en un país muy lejano, un viejo minero en comisión, ya retirado, llamado Filipo. En la vida había ejercido muchos oficios, y ahora quería pasar sus últimos años en medio de los cocales del valle. Un buen día de invierno, Filipo salió a buscar algo de leña para la fogata de su chimenea. Recogió muchas ramas secas de los cocales que ya habían sido cosechados. Esa noche, cuando se disponía a avivar el fuego con las ramas, una idea iluminó la mente de Filipo. Con todas las ramas que había reunido construyó una marioneta a la que, en principio llamó “Cococho”, porque estaba hecho de ramas de coca; pero éste nombre le pareció algo vulgar, así que lo cambió por “Pinocho”, que sonaba mejor. Pensó que su nuevo juguete sería una compañía y una distracción, así podría entretenerse en su solitaria vejez. Con tanta paciencia y esmeró lo fabricó, que un hado padrino, venido del norte, se apiadó del artesano y decidió dotar de voz y movimiento a la marioneta. Ésta causó sensación entre propios y extraños, ya que era una marioneta que se movía sin hilos y hablaba por cuenta propia.

Como todo buen padre, Filipo inició a Pinocho en las artes de la oratoria y en el saber político, filosófico y religioso; la verdad es que el muñeco le salió medio rana, aprendió a hablar mucho y a decir poco. Con el tiempo, Pinocho resultó ser un niño díscolo, mentiroso y pendenciero. Se peleó con su padre y se escapó con unos malos amigos que le ofrecieron convertirlo en niño de verdad, aunque sus verdaderas intenciones eran las de transformarlo en un pobre burro para vender su carne, aprovechando la escasez de ésta en los mercados, a los comerciantes de hamburguesas y salchichas. Estos amigos hicieron creer a Pinocho que sería su líder, que junto a ellos conquistaría el mundo, la fama y los placeres.

El afán de poder, con sus hilos invisibles, comenzó a manejar a la marioneta. Envuelto en su fantasía, Pinocho se dedicó a la mentira y al engaño. Se burlaba de la gente del pueblo que en un principio lo había acogido con cariño; traicionó a muchos de sus antiguos conocidos; le importaban un bledo todas las reglas que conocía, trabó amistad con los malhechores de la comarca y terminó figurando en la lista negra del rey. La fama de sus faltas y delitos corría de pueblo en pueblo a viva voz. “Viejas chismosas, las haré callar”, amenazaba Pinocho, con el puño levantado agresivamente y la otra mano cuidando el bolsillo de la camisa. De tanto en tanto, la vocecilla de un grillo, que hacía las veces de conciencia, a falta de ella, se dejaba escuchar. A Pinocho esas cosas le tenían sin cuidado; a él sólo le importaba seguir fantaseando con su poder.

La mentira tiene patas cortas y la nariz muy larga; Pinocho no llegó muy lejos, sus maldades lo llevaron al aislamiento y la oscuridad. La marioneta se sentía sola e infeliz, se iba dando cuenta de que a sus compinches no les interesaba de verdad, ya ni siquiera sus juegos de pelota lo dejaban contento, el pueblo ya no soportaba su presencia y hasta Filipo lo rechazaba y hablaba mal de él.

Hasta ahí todas las versiones coinciden. Con afán pedagógico, para que los niños se vayan a la cama y duerman tranquilos, se cuenta que Pinocho se redime, reconoce su culpa y se hace bueno, en premio cumple su deseo de convertirse en niño de verdad. Pero, al parecer, otras son las versiones que manejan los adultos.

jueves, marzo 06, 2008

Todos a una: Fuente Ovejuna


Alrededor del siglo XVI, en un poblado cordobés de España, se vivió un caso de linchamiento. El Comendador de Fuente Ovejuna fue muerto violentamente a manos de los vecinos. Ante la pregunta de “¿Quién mató al comendador?” una y mil veces la respuesta era “Fuente Ovejuna, Señor”, todos a una respondían: Fuente Ovejuna. El nombre del pueblo dio lugar a esta pieza dramática; Lope de Vega trabajó el tema de la justicia tomada por mano propia ante la tiranía y la ausencia de ley; pero también toma en cuenta la calidad de rebaño que asume el pueblo bajo la guía de algunos líderes.

En circunstancias diferentes, ya que ahora vivimos en pleno siglo XXI y bajo el marco de un Estado de Derecho, ciertos comportamientos no han cambiado. Las noticias de linchamientos llenan las páginas de los periódicos mientras las autoridades se lavan las manos y los verdugos se esconden en turbas y consignas.

Al grito de “justicia comunitaria” pobladores de la comunidad cochabambina de Epizana torturaron durante diez horas a tres policías. Mientras las víctimas pedían auxilio e imploraban por sus vidas sus verdugos los maniataban, los golpeaban con palos y piedras, y les echaban agua hervida hasta asesinarlos. Mientras tanto dos periodistas eran atemorizados bajo la misma amenaza. Todos a una: Fuente Ovejuna

Hace poco, un traidor jueves antidemocrático, dos congresistas, fueron agredidas por una turba envalentonada que decía defender la democracia bloqueando el ingreso al parlamento a toda persona que no comparta la visión del régimen gobernante. Escupidas, golpeadas e insultadas tuvieron que retirarse ante la distraída mirada policial. Todos a una: Fuente Ovejuna.

En el Chapare, el año pasado, un joven de 26 años, confundido con un ladrón, tuvo que soportar horas atado a un árbol lleno de hormigas; ahora tiene que cargar el daño neurológico y las secuelas renales. Cuatro presuntos delincuentes fueron quemados vivos dentro de un automóvil, El Alto, diciembre de 2007. En San Ignacio de Velasco, Santa Cruz, hace un mes y medio, dos personas fueron golpeadas y quemadas bajo la acusación de robo y asesinato; uno de ellos murió, el otro se halla en terapia intensiva. En junio de 2006, en la ciudad de El Alto, un hombre muere ahorcado por algunos vecinos que decían haberlo visto robar unas herramientas. Durante dos horas, un joven en San Julián, Santa Cruz, aguantó las piedras que le lanzaba la gente por haber robado una moto; murió lapidado. Una mujer fue enterrada viva, en Potosí, porque supuestamente había cometido adulterio. Todos a una: Fuente Ovejuna.

Éstos son alguno de los casos de linchamiento que se han venido presentando; en los últimos dos años ya suman cuarenta y ocho. Pocas veces la justicia ha llegado a esclarecer los hechos. Ya va siendo tiempo de actuar, de frenar actos violentos y delictivos que aprovechándose de algunas circunstancias dejan salir lo más bajo y cruel del ser humano; es tiempo de dejar de encubrir asesinatos y torturas bajo el rótulo de “justicia comunitaria” o como diablos quiera entendérsela. No vaya a ser que la violencia siga cobrando más y más víctimas; que esa violencia, que crece en escalada, vuelva a tomar las calles y repita un febrero, un octubre o un enero negro; y, peor aún, sigamos con la mala de costumbre de gritar todos a una: Fuente Ovejuna.