miércoles, noviembre 09, 2011

Periférica Blvd.: Un recorrido por los alrededores



Subidos a la patrulla de los policías Villalobos y Fernández nos internamos por los márgenes, no sólo de la ciudad, sino también por los de la literatura. Lejos de la Plaza Murillo y de las obras “serias”, exploramos territorios que permanecen bajo la oscuridad del desconocimiento. Fuera de los centros tradicionales del poder, libre de órdenes y prohibiciones, comenzamos a apuntar algunas ideas que van a marcar nuestro recorrido. La ruptura con lo oficial se hace evidente, el centro queda profanado por una marginalidad que empieza a festejar su ser trasladando los espacios de toma de decisión a la periferia.

Bajo esta mirada, sin saco ni corbata, nos sumergimos por el mundo nocturno y marginal de Periférica Blvd. Acostumbrando nuestros oídos a la alternancia de la modulación del radio de la patrulla, la voz del D.J. de la emisora y las composiciones del cabo Juan Rosas vamos recorriendo la novela de Adolfo Cárdenas, una de la más vendidas en la Ferias del libro y una de las diez novelas fundamentales de nuestra literatura. Con músicos y alcohólicos, drogadictos y negros, policías y graffitis, Cárdenas se fue constituyendo en una de las figuras centrales de la academia universitaria,

La novela
Periférica Blvd. es la primera novela del narrador Adolfo Cárdenas (La Paz, 1950), publicada por Gente Común el año 2004 y reeditada el 2006 y el 2009. Este autor ya tiene publicados varios libros de cuentos: Fastos Marginales, Chojcho con audio de rock p´ssahdo, El octavo sello y Doce monedas para el barquero, por mencionar los más importantes. Los orígenes de la novela que ahora recorremos, se remontan al cuento del mismo autor: “Chojcho con audio de rock p´ssahdo”. Este cuento, según Cárdenas, todavía tenía mucho material para desarrollar, entonces surge la idea de hacer la novela para explotar su potencialidad aún más.

Ambientada entre la ciudad de El Alto y las periferias de La Paz, esta obra se convierte en la novela paceña de los últimos años. Recorridos por calles y personajes nos introducen en el mundo nocturno paceño. Fiestas clandestinas, conciertos con muerto incluido, guerra pandillera de graffitis y submundos narcotizados son parte de esta aventura nocturna.

El lenguaje
Lo primero que sorprende al lector de la novela es el trabajo artesanal del lenguaje que se maneja en ella; se puede apreciar la labor de entretejido de diferentes registros: el oral, el escrito y el gráfico. Cárdenas recupera los giros lingüísticos de varios grupos sociales, ficcionaliza, a partir de su narración, la oralidad paceña, rescatando así personajes con lenguajes propios. Por ejemplo, tenemos el relato y la teoría socio estética del arte del cabo Juan Rosas, músico, chofer de policía, inmigrante del altiplano paceño; las intervenciones del locutor de radio; el spanglish del teniente Villalobos, por mencionar algunas posibilidades. En medio de estos discursos, la narración de la novela se ve constantemente interrumpida por otros registros: graffitis, pentagramas musicales, dibujos y efectos del cómic, entre otros.

Pero más allá de toda labor escritural, el lenguaje de la novela de Cárdenas va a ser más que la transcripción de códigos orales o gráficos; el lenguaje se va a convertir en el elemento agresivo y transgresor de la literatura. Agresivo porque ataca las reglas del buen hablar y del buen escribir; transgresor porque rompe con ellas, “cono si hablar mal no estuviera bien”, en palabras de Severo Fernández. Los graffitis, el cómic, la morenada son espacios marginales con relación a las artes; y son estos espacios los que van a irrumpir violentamente en el relato “alterando” el normal desarrollo del mismo, es decir la lectura entendida linealmente se va a ver quebrada por diferentes tipos de códigos gráficos, musicales, de coba, etc. Periférica Blvd. no es tanto una novela para ser leída, sino, más bien, para ser escuchada y vista.



Sus personajes
La agresión de los márgenes, la irrupción de lo arrinconado, también se va a ficcionalizar en la novela a partir de sus personajes. Éstos saltan en la historia como drogadictos, alcohólicos, prostitutas, travestis, graffiteros, toda una galería marginal de la ciudad. Son los personajes que pueblan la noche de la ciudad, los que salen y se apoderan de las calles, las plazas y los boliches. Junto al oficial y su chofer recorremos estos lugares y conocemos a sus habitantes. Los ámbitos ya no giran en el centro paceño, ahora nos trasladamos a la Av. Periférica o al Polifuncional de La Ceja de El Alto, y desde ahí se comienza la invasión de la ciudad dormida. Con una presentación de personajes al mejor estilo del elenco de una ópera (Rock-ocó); los nombres que aparecen en la novela van construyendo al gran personaje que es la ciudad. La mayoría de los habitantes de la narración llevan nombres de calles de La Paz. La ciudad se personaliza, cobra vida, en los personajes, la gran urbe se desdobla y se habita, se recorre y experimenta, se explora y se busca en sí misma.

La irreverencia
La ciudad, sede de gobierno, se desolemniza en la noche, sus fiestas y sus habitantes. Adolfo Cárdenas convierte su novela en una irreverencia, un texto que va a desacralizar espacios y discursos consagrados en la literatura boliviana. Mediante el lenguaje, la ironía y el sarcasmo, como elementos desde los que se está agrediendo lo consagrado, la desolemnización se convierte en un factor central de la novela; desde el nombre de los personajes que están recordándonos a otros más históricos: Severo Fernández A. presenta un parecido con un ex presidente, Juan Rosas nos recuerda una novela fundacional, Charlie Saavedra tiene un dejo de cantante pop pasado de moda, etc.

También se transgreden discursos entronados, el indigenismo, para citar alguno. En Periférica Blvd. se da un tratamiento distinto al problema con el que había venido cargando la literatura por muchos años. El indio aparece y lo hace como figura central; tenemos al cabo Juan Rosas, inmigrante del campo, llegado a la ciudad para estudiar música, desde su discurso podemos ser testigos auditivos de su visión sobre la música a partir de un estudio de la sociedad, su reflexión sobre el gusto de las masas y la necesidad de satisfacer sus demandas estéticas; otro de los discursos es el de Severo, descendiente de aymaras, pero no campesino, confusión que tiene gran parte de la gente. Este chofer, con su discurso, rompe algunos prejuicios presentes en la sociedad. Pero no sólo el indígena es abusado y discriminado; en un contexto distinto también lo es el teniente “sudaca” indocumentado en territorio norteamericano, en carne propia se va a hacer compañero de discriminación.

Más allá de ser partícipes del sufrimiento, de la opresión y del abuso que sufren estos personajes, también somos testigos del enfrentamiento agresivo, de la lucha y la medición de fuerzas, de discursos propios, y todo esto desde un lenguaje paródico de la situación.

La novela se convierte en el espacio en el que confluyen todos estos discursos, junto a muchos otros, y se ponen a la par; se entabla un diálogo desde la ficción. Ya no hay denuncia ni queja, ya no existe una voz que habla por todos, siempre desde su punto de vista. En Periférica Blvd., desde la patrulla policial, vemos como los personajes se encuentran y se enfrentan, hablan desde su propia voz, dialogan, se insultan, pelean, mandan y obedecen, farrean, escriben, componen y cantan. Festejan.

jueves, octubre 20, 2011

Escucho sus pasos, escucho sus tambores



Escucho sus pasos, escucho sus tambores. No viene nadie.

Hace tiempo salimos y abandonamos el hogar; ellos se quedaron a cuidarlo y vigilarlo, hoy vienen a decirnos que alguien lo amenaza. Alguna vez ya vinieron, paseando en nuestra memoria, para recordarnos que con cada hoja arrancada se apaga la esperanza de nuestras almas. Hablaron, sus voces eran tan finas y sus palabras tan sabias que muy pronto otros se las apropiaron; les prometieron cuidarlas, ¡traidores!, las pasearon por el mundo, las gritaron en micrófonos, las cambiaron por premios, las empeñaron para títulos. ¡Mentirosos! Ahora les han dicho que su casa no vale nada, que tener un camino en medio está de moda, que con los espejos rotos se dieran por bien pagados. No. Buscaron sus palabras; enojados alistaron a su madre la tierra y a su padre el aire, a su hermana la lluvia y a su hijo el agua. Pocos los consideraron, nadie los escuchó. Antes de verse escondidos debajo del asfalto, decidieron salir de sus casas, cargar a sus niños, unirse a sus vecinos y poner pie en tierra para iniciar la marcha. ¡Vamos una vez más a La Plaza! En medio del camino el agua se acaba, los grifos se cierran, los de botas la resguardan. El hasta ayer hermano se tapa las orejas con corchos reciclados y manda a sus lacayos envueltos en papel de regalo. Hace tiempo salimos y abandonamos el hogar; ellos se quedaron a cuidarlo y vigilarlo, hoy vienen a decirnos que alguien lo amenaza.

Escucho sus pasos, escucho sus tambores. No los escuches.

Humildes avanzan, su causa es justa. En medio del viaje, algunos se oponen. El camino se alarga; el camino se cierra; el camino se tranca. Otros quieren su patria. No gritan, no pelean; sólo cuidan su casa. Desprevenidos, con los arroces sin digerir, se enteran de que han sido cercados por los hombres disfrazados de verde; con sus botas los pisan impidiéndoles que corran. Con sus botas los pisan para que ya no avancen. Con sus botas los pisan mientras sus niños escapan asustados. Con sus cintas apagan sus gritos. Con sus cintas intentan callarlos. Con sus cintas los amarran. Con sus cintas los envuelven. Los hacen pelota y a patadas los lanzan. Golpeados, lastimados, heridos, pisoteados, amarrados, pateados, insultados y masacrados; perdidos, desorientados y humillados. A escondidas se encuentran y reinician su marcha. Humildes avanzan, su causa es justa.

Escucho sus pasos, escucho sus tambores. No te asustes.

El camino se anda, miles de pies lo acompañan. Los muertos juegan pesca pesca en La Calancha, olvidados en el bosque, en la mina de Uncia y en la plaza de Caranavi. Reinician la marcha, coraje les cantan. Las niñas dibujan a sus verdugos sin alas. Las madres protegen en sus barrigas a sus wawas. Los dientes perdidos, en anillos de olivo se engarzan. Les dicen qué pena; de perdón no hay nada. Nosotros no fuimos; de perdón no hay nada. Les llevan goteros de agua; de perdón no hay nada. Otras les lavan los pies; de perdón no hay nada. Les llevan regalos, vidrios y cuentas; de perdón no hay nada. La gente se les une, las ciudades baten palmas. Las lenguas se sueltan, las orejas se tapan. La distancia se acorta, el asfalto se ablanda; La Plaza espera mientras los otros cantan. El camino se anda, miles de pies lo acompañan.

Me uno a sus pasos, me uno a sus tambores. No me dejes hablando solo. Solo.