jueves, octubre 20, 2011

Escucho sus pasos, escucho sus tambores



Escucho sus pasos, escucho sus tambores. No viene nadie.

Hace tiempo salimos y abandonamos el hogar; ellos se quedaron a cuidarlo y vigilarlo, hoy vienen a decirnos que alguien lo amenaza. Alguna vez ya vinieron, paseando en nuestra memoria, para recordarnos que con cada hoja arrancada se apaga la esperanza de nuestras almas. Hablaron, sus voces eran tan finas y sus palabras tan sabias que muy pronto otros se las apropiaron; les prometieron cuidarlas, ¡traidores!, las pasearon por el mundo, las gritaron en micrófonos, las cambiaron por premios, las empeñaron para títulos. ¡Mentirosos! Ahora les han dicho que su casa no vale nada, que tener un camino en medio está de moda, que con los espejos rotos se dieran por bien pagados. No. Buscaron sus palabras; enojados alistaron a su madre la tierra y a su padre el aire, a su hermana la lluvia y a su hijo el agua. Pocos los consideraron, nadie los escuchó. Antes de verse escondidos debajo del asfalto, decidieron salir de sus casas, cargar a sus niños, unirse a sus vecinos y poner pie en tierra para iniciar la marcha. ¡Vamos una vez más a La Plaza! En medio del camino el agua se acaba, los grifos se cierran, los de botas la resguardan. El hasta ayer hermano se tapa las orejas con corchos reciclados y manda a sus lacayos envueltos en papel de regalo. Hace tiempo salimos y abandonamos el hogar; ellos se quedaron a cuidarlo y vigilarlo, hoy vienen a decirnos que alguien lo amenaza.

Escucho sus pasos, escucho sus tambores. No los escuches.

Humildes avanzan, su causa es justa. En medio del viaje, algunos se oponen. El camino se alarga; el camino se cierra; el camino se tranca. Otros quieren su patria. No gritan, no pelean; sólo cuidan su casa. Desprevenidos, con los arroces sin digerir, se enteran de que han sido cercados por los hombres disfrazados de verde; con sus botas los pisan impidiéndoles que corran. Con sus botas los pisan para que ya no avancen. Con sus botas los pisan mientras sus niños escapan asustados. Con sus cintas apagan sus gritos. Con sus cintas intentan callarlos. Con sus cintas los amarran. Con sus cintas los envuelven. Los hacen pelota y a patadas los lanzan. Golpeados, lastimados, heridos, pisoteados, amarrados, pateados, insultados y masacrados; perdidos, desorientados y humillados. A escondidas se encuentran y reinician su marcha. Humildes avanzan, su causa es justa.

Escucho sus pasos, escucho sus tambores. No te asustes.

El camino se anda, miles de pies lo acompañan. Los muertos juegan pesca pesca en La Calancha, olvidados en el bosque, en la mina de Uncia y en la plaza de Caranavi. Reinician la marcha, coraje les cantan. Las niñas dibujan a sus verdugos sin alas. Las madres protegen en sus barrigas a sus wawas. Los dientes perdidos, en anillos de olivo se engarzan. Les dicen qué pena; de perdón no hay nada. Nosotros no fuimos; de perdón no hay nada. Les llevan goteros de agua; de perdón no hay nada. Otras les lavan los pies; de perdón no hay nada. Les llevan regalos, vidrios y cuentas; de perdón no hay nada. La gente se les une, las ciudades baten palmas. Las lenguas se sueltan, las orejas se tapan. La distancia se acorta, el asfalto se ablanda; La Plaza espera mientras los otros cantan. El camino se anda, miles de pies lo acompañan.

Me uno a sus pasos, me uno a sus tambores. No me dejes hablando solo. Solo.