miércoles, noviembre 21, 2007

Cosas que agradan a la gente


Las personas somos muy complicadas, y a lo largo de nuestras vidas nos vamos complicando aún más. Sólo eso explicaría que nos agraden las cosas que nos agradan. Por ejemplo, las cosquillas nos arrancan sonrisas, más aún si nos las hacen con una pluma regalada por un colibrí en medio de su mejor vuelo; el éxtasis llega cuando son las uñas, delicadamente cuidadas, de una mujer que por la mañana trabaja de repostera, las que nos acarician. Son doblemente significativos, y nos agradan mucho, los cariños recibidos de la mano que exactamente hace un año tomamos por primera vez.

Es muy sencillo y a la vez muy difícil hacer que la gente se sienta bien. A veces basta ver pasar, justo al mediodía, bajo un cielo limpio y un sol radiante, a una muchacha joven con un vestido de flores amarillas, mientras nos pica la oreja izquierda. O cuando, en la calle, en medio de un par de pensamientos que nos han estado rondando la cabeza todo el día, observamos un taxi blanco con la puerta trasera mordiendo la punta del abrigo café de una señora cincuentona que el viento mueve como a una hoja seca. Ni que decir si estamos parados debajo de las ramas de un frondoso árbol esperando a alguien que nos prometió llegar temprano, y de pronto sentimos que unas pocas gotas de lluvia caen pausadamente anunciando una gran tormenta; nosotros seguimos parados, seguimos esperando, y, en medio del diluvio, vemos que se acerca la amiga más bonita que tenemos, toda mojada, con el cabello ondulado y una sonrisa inexplicable.

En una sala de maternidad, una tarde de verano, un bebé que al nacer prematuramente es recibido por los brazos de un médico recién casado, y al lado suyo, una enfermera enamorada platónicamente contempla la escena componen un cuadro muy lindo. Las imágenes repletas de niños son otra fuente de agrado para todos: por la tarde, en un parque relativamente pequeño, todos ellos van vestidos con camisetas de colores, pantalones de mezclilla y zapatos muy pequeños enterrados en la arena, unos están saltando, otros corriendo, algunos caminando de manos y uno, el menor de todos, dormido a la sombra del resbalín.

Pequeños detalles son los que nos hacen agradable la vida. Por la mañana, muy temprano, si recién levantados de la cama encontramos en la mesa del comedor una taza de café caliente con dos cucharillas de azúcar, un par de tostadas untadas con mantequilla y un poco de mermelada de limón el ánimo se nos levanta de inmediato. También nos agrada mucho caminar, sobre todo si es jueves de luna llena, en octubre, y estamos solos en la ciudad. Y si encontramos en la calle un sobre color crema sin ninguna otra seña, y dentro de él una tarjeta con un beso de labios de mujer estampado en rojo encendido podremos sentirnos dichosos.

Éstas son sólo algunas de las cosas que agradan a la gente. La vida esta rebalsando de ellas, las encontramos en cada vuelta de esquina y de memoria. Lo difícil es tener la paciencia para buscarlas y el tiempo para detenerse en contemplación ante ellas. Las cosas que nos agradan están ahí, esperando ser descubiertas, es muy agradable e importante poder hacerlo. Lo esencial es saber que, por encima de todo, lo que más le agrada a la gente, es sentirse querida.

domingo, noviembre 11, 2007

De viajeros a ilegales


Me gusta viajar, creo que a la mayoría le gusta hacerlo, sobre todo si se trata de un viaje de placer, de esos que sirven para descansar, pasear y recargar el ánimo. Dependiendo de los destinos y las condiciones se puede viajar en avión o en tren, por carretera y hasta en barco, sin olvidar los tradicionales viajes a pie. Para un buen viaje hace falta una buena preparación, esto incluye desde el escoger la maleta según los días que estaremos fuera hasta seleccionar ropa y algunos artículos personales. No se debe olvidar la planificación de la estadía, dónde nos hospedaremos, qué lugares se visitarán, qué recuerdos traeremos para amigos y familiares, etc. En fin, viajar es todo un ritual que nos permite vivir experiencias nuevas y distintas, nos pone en contacto con personas y lugares que enriquecen nuestro espíritu y nuestra percepción sobre la vida.

Pero es otro el tipo de viaje del que queremos ocuparnos ahora. Muchos hombres y mujeres se ven obligados a salir de su tierra para buscar otra con mejores oportunidades, personas que viajan cargadas de esperanzas y miedos dejando atrás su historia, sus familias y sus frustraciones. Estos viajeros han sido llamados “migrantes”, y en algunos países “ilegales”. Quién hubiera pensado que incluso la condición de viajero podía convertirse en delito; a este paso no será raro que, también, en un futuro, el tener hambre y no poder alimentar a una familia o el sueño de una vida mejor adquieran la misma categoría.

Quizás se hace necesario recordar que la condición migrante ha acompañado al hombre desde sus orígenes. Nuestros antepasados africanos, los primeros homínidos de los que tenemos noticias, buscando mejores condiciones de vida, salieron de su territorio y se expandieron por todo el mundo. Las grandes migraciones han sido parte de la historia del hombre; el éxodo de los judíos persiguiendo el sueño de la tierra prometida, aquel lugar donde manaba la leche y la miel, es la mejor metáfora de la condición humana. Siempre hemos estado corriendo detrás de nuestros sueños, sin importar cuán lejos estén.

La búsqueda de mejores condiciones de vida ha sido el elemento más importante para que el hombre se traslade de un territorio a otro. Éste sigue siendo el principal motivo de las actuales migraciones. En algún momento de la historia América fue el lugar que recibió a personas del resto del mundo ofreciéndoles nuevas oportunidades; europeos, asiáticos, incluso africanos se beneficiaron de la posibilidad. En otro momento Estados Unidos se convirtió en otro de los paraísos prometidos, “the american way of life” fue el gran sueño. Ahora la gente prefiere ir a Europa para poder participar de la bonanza que allá se vive.

Viajando, el ser humano siempre estuvo viajando. Aunque parece que muchas veces no queremos reconocer esta condición nuestra y por eso le cerramos la puerta en la cara al que viene necesitado de ayuda, no dejamos que el pobre se alimente con las sobras que dejamos caer de nuestras mesas. Dios quiera que la próxima vez que preparemos maletas no sea para abandonar nuestra tierra buscando trabajo, que el hambre de nuestras familias no sea la motivación, que las puertas que vayamos a tocar no estén cerradas, y peor aún, que no pasemos a ser considerados ilegales.

sábado, noviembre 03, 2007

¿Cuán discriminadores somos?


Eduardo S. tiene 17 años. El último regalo que recibió fue su nueva pelota. Spiderman es su personaje favorito. En cuestión de música prefiere las canciones románticas porque sus letras son fáciles de memorizar. Va todos los domingos al zoológico, le encantan los animales. Él es un joven como cualquier otro, sólo que su mente se detuvo a los seis años. Eduardo es una persona con discapacidad.

¿Por qué a nosotros? ¿En qué hemos fallado? ¿Qué vamos a hacer ahora? Son tres de las cientos de preguntas que rondaban día a día la cabeza de sus padres. Es difícil aceptar que a uno le nazca un hijo con algún tipo de problema. Tiene que haber todo un proceso que rompa estructuras, que permita aceptar la discapacidad como algo familiar y querido, la vida cotidiana adquiere nuevas perspectivas, los corazones crecen y la capacidad de amar explota en todas sus dimensiones.

Se obró un milagro gracias a este niño. La familia se convirtió en un hogar capaz de acoger la diferencia, de aceptarla y de amarla. Sus padres viven para él y para ayudar a otras personas que se estén enfrentando a situaciones similares. Eduardo se encuentra estudiando en un instituto para personas con retraso mental. Sabe leer y escribir, conoce la ciudad y puede movilizarse relativamente por ella, le gusta trabajar con madera, cortarla, darle formas, pintarla y poder realizar sus propios juguetes; su cuarto está lleno de patitos tallados pintados de amarillo, un tren con vagones enlazados, maderitas con formas geométricas pintadas de vivos colores para poder construir lo que su imaginación crea, dibujos, muchos dibujos y en la cabecera de su cama la foto de su último cumpleaños.

Dicen que la familia es el reflejo de la sociedad; ojalá fuera así. Lamentablemente la nuestra no está preparada para aceptar y menos para convivir con personas diferentes. Hay una desinformación sobre el manejo de la diferencia que se traduce en discriminación, intolerancia, racismo, xenofobia, etc. Todo aquello que es distinto nos produce miedo y rechazo. Nuestra sociedad está llena de barreras físicas, culturales y mentales que tienen que ser superadas.

Eduardo, a sus 17 años, es una de las más de ochocientas mil personas con discapacidad en el país. El día en que estas personas puedan caminar por las calles y la gente no se dé la vuelta para observarlas, aunque sea disimuladamente; el día que gente como Eduardo pueda ingresar a un colegio cualquiera o a una universidad sin el temor a la burla, al rechazo o a la incomprensión por parte de alumnos y profesores; el día en que ellos puedan acceder a oportunidades reales de trabajo que les permitan autosostenerse de manera independiente; el día en que cuenten con un seguro de salud para acompañar sus procesos; el día en que tengan la oportunidad de poder desarrollar diferentes actividades; que exista una posibilidad de jubilación que reconozca su trabajo y aporte a la comunidad; ese día habremos superado, como país y como sociedad, la barrera que nos separa y nos tapa los oídos para no escuchar el grito de dolor del otro, de aquel ser humano que se encuentra viviendo en situación de injusticia, de sufrimiento y abandono. Cuando seamos capaces de asumir la vida de nuestros semejantes como responsabilidad nuestra seremos auténticos seres humanos.