miércoles, febrero 20, 2008

La vida de los otros


En la antigua República Democrática Alemana (RDA), bajo el régimen comunista, se contaba con un departamento de policía secreta y de inteligencia: la STASI o Ministerio para la Seguridad del Estado. Esta institución estaba encargada de vigilar y supervisar las actividades políticas de los ciudadanos para detectar comportamientos subversivos o antirrevolucionarios. La STASI fue considerada uno de los sistemas de inteligencia más efectivos del mundo. Este organismo llegó a tener en sus filas a más de noventa mil espías y trescientos mil informantes civiles que se dedicaron a pinchar teléfonos, espiar la vida privada de los ciudadanos mediante micrófonos y cámaras ocultas, hacer seguimientos de personas consideradas “sospechosas”, etc.; todo un mecanismo de defensa de un régimen asustado, y de ataque a los derechos humanos y a las libertades civiles.

Este contexto sirve como telón de fondo para que el director alemán Florian Henckel-Donnersmarck lleve a las pantallas la película, ganadora del Oscar a la mejor extranjera, La vida de los otros. El capitán Wiesler recibe la misión de “observar” al dramaturgo Georg Dreyman y a su novia, la actriz Christa-Maria Sieland. El trabajo no es más que rutina, entrar al domicilio, revisar un poco, instalar micrófonos y cámaras, seguimiento por la calle, etc. El oficial va acompañando, por decirlo de alguna manera, la vida de la pareja, tanto en sus relaciones sociales como en las más íntimas. El trabajo comienza a convertirse en placer, las historias ajenas van haciéndose propias, la vida de los otros va robándole su propia vida. De un momento a otro lo cotidiano se altera, la relación con un escritor amigo apunta a la subversión, éste le pide a Dreyman que colabore con algún artículo, relacionado a los suicidios en la Alemania comunista, en un periódico opositor. El dramaturgo acepta.

Dentro de un Estado policía es difícil tener una opinión distinta a la oficial; más difícil aún es poder expresarla. Lo más simple se torna complejo, desde conseguir una máquina de escribir que no esté registrada, hasta lograr que el artículo escrito pueda atravesar la frontera para su publicación. El capitán alemán es testigo de todos estos hechos, pero curiosamente guarda silencio sobre ellos; los informes llegan alterados, en favor de vigilados, a las oficinas de la STASI.

Si bien no existen pruebas de la protección, y por tanto de la traición al Estado, que brinda Wiesler a sus vigilados; la sospecha está presente. En clave de tragedia la mujer de Dreyman, después de ser obligada a declarar en contra de su marido, muere en un accidente. El dramaturgo se queda sin su amada. El capitán termina su carrera de espía en los sótanos del Ministerio, husmeando en la correspondencia ajena.

Es cierto que el régimen no dura mucho tiempo más en el poder. La democracia, la caída del muro y la unificación de las dos alemanias son la prueba de ello. Pero también es cierto que la Stasi y sus mecanismos de espionaje se encargaron, directa o indirectamente, de arruinar la vida de miles ciudadanos. Más allá de lo ilegal de sus acciones, está el voyeurismo de su inconciente y la inmoralidad de su proceder.

En conclusión, podemos decir que espiar y ser espiado es un tema muy recurrente y muy a propósito no sólo en el cine.


martes, febrero 12, 2008

Abrazos gratis



Tanto padres como hijos andan reclamándolos a cada rato. Los amigos y los enamorados no se cansan de darlos ni de recibirlos. Suelen ser señales de apertura, acogida y protección. Dan calor y expresan afecto; aunque algunos provocan locura. Sobre ellos se han hecho poemas, canciones, cuentos; el mismo Eduardo Galeano les dedicó un libro entero. Algunos verbos cercanos nos hablan de ceñir, estrechar, rodear, contener, incluir, adoptar. Sí, estamos hablando de los abrazos.
¿Cuánto cuesta dar un abrazo? Juan Mann, en inglés la fonética nos remite a [One Man] (un hombre) descubrió que abrazar podía no costar nada; de ahí en adelante se dedicó a gastar su tiempo abrazando gente por calles transitadas, contagiando su entusiasmo a otros muchos, hasta llegar a generar un movimiento mundial de abrazos gratis. Con la soledad a cuestas, recién llegado a su ciudad natal, los padres divorciados, la relación fracasada con la novia, una abuela muy enferma, Jason Hunter salió, en junio del 2004, a las calles de Sidney, Australia, a repartir abrazos gratis. El regalo lo había recibido poco antes, en una fiesta, de brazos de una mujer desconocida. Ese abrazo cambió su vida y su forma de ver el mundo y de entender a las personas.
Años más tarde, tras la muerte de la abuela, la depresión se volvió a apoderar del hombre que había hecho de los abrazos una forma de vida. Entre las muestras de afecto que recibió durante ese tiempo, destaca un regalo especial: un video suyo, filmado por un transeúnte casual, Shimon Moore, cuando un policía intentaba detener los abrazos gratis. Tiempo después, colgada en la página web de Youtube, la grabación contagiaría el entusiasmo por salir a calles y plazas para abrazar a la gente, sin mayor explicación.
El movimiento "Free hugs" (abrazos gratis) se dio conocer en todo el mundo. Hombres y mujeres, inspirados por la actitud de Mann, dedicaron parte de su tiempo a repartir abrazos a las personas con las que se topaban. El movimiento fue creciendo y traspasando todo tipo de barreras, sin importar sexos, edades, clases, credos ni idiomas. Los abrazos son cariños universales, y así nace "Abrazos gratis", versión en español de "Free hugs". La iniciativa traída a Latinoamérica llega desde España; los abrazos se van regalando de persona a persona, en una cadena que construye lazos entre los seres humanos.
Esta columna no se estaría escribiendo si es que yo no hubiera descubierto y recibido "Abrazos gratis", una tarde nublada en la población de Copacabana, a orillas del Lago Titicaca; si es que no hubiera descubierto lo obvio: que abrazar no cuesta nada; si es que no hubiera experimentado lo placentero que se siente el ser abrazado por alguien sin haber esperado semejante regalo. Basta sólo ese instante para sentirse querido, para dejar atrás la soledad con la que se carga, para volver a creer en la humanidad y en un proyecto de hermandad. Basta un abrazo, uno solo, para sentirse como un rey; así lo experimentó Mann el día de la fiesta en los brazos de la desconocida.
Que los abrazos gratis no se terminen nunca; más bien se multipliquen y lleguen a todos. Salir a regalar abrazos no cuesta nada; recibirlos, tampoco. Ánimo, a abrazar y dejarse abrazar.
¡Cambia la actitud y cambiarás el mundo!