Casualidades de la vida, me encuentro leyendo la autobiografía de Reinaldo Arenas, escritor cubano nacido en 1943 y muerto, en el exilio, en 1990. Más allá de la maravillosa obra que tengo entre manos, he quedado impresionado por la otra cara de la dicha Revolución. Las prohibiciones ridículas que llegaban a anatemizar incluso las melenas masculinas, las persecuciones crueles e inhumanas por las que tuvieron que pasar intelectuales y artistas que se oponían a la nueva dictadura, las ejecuciones injustas y teatrales capitaneadas por el líder de la Revolución, el hambre de un pueblo obligado a trabajar como esclavo para un regimen totalitario. En fin, la muerte del espíritu cubano, vedado de imaginar y soñar una tierra distinta.
De ese libro quiero copiar tan sólo unas líneas fuertes y desgarradoras:
Pero lo más impresionante de todo era cuando uno de aquellos, a los que habíamos contado nuestros horrores, volvía a Occidente. Aquella persona se convertía ante nosotros en una especia de ser mágico por el solo hecho de poder coger un avión y salir de aquella isla; salir de aquella prisión. (...) Pero nosotros nos quedábamos allí y hacíamos una larga cola para tomar la guagua en que regresaríamos a La Habana, mirándonos con nuestras telas rústica y nuestra piel chamuscada por el sol y la falta de vitaminas. (Antes que anochezca, Barcelona: Tusquets, 2001)
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